
Me observaba directamente de frente,
su suave y tersa textura, índigo azulejo,
reflectaba todo a su antojo desde lo etéreo,
a los ojos, las pupilas, el cerebro. Tan asqueroso,
tan blasfemo, tan puro y efervescente.
Sin ningún tipo de vergüenza te escupía
a la cara, al cuerpo, las venas, arterias y esqueleto
¡Que pena que no de forma y si deforme!,
es el yugo de los simples, los sencillos,
que no ven mas allá de sui piel de moco
y su semen corroído, todo tan asqueroso y podrido,
sin melodías, colores puros: púrpura, verde,
carmín, celeste o un negro enrojecido.
¿Que gana al no mentir ni de pena?
Siempre encerrando al otro lado a un maldito.
La verdad, no se muy bien porque, ¡pero odio a los espejos!
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